Si se lo preguntamos ahora a una persona al azar, probablemente conteste que no sabe quién es. Si tiene algún conocimiento mitológico y le decimos que era una cazadora consagrada a Ártemis, quizá sí sepa que esta última es una diosa griega y posiblemente le suene la historia de la carrera entre Atalanta e Hipómenes o las manzanas que le dieron la victoria a este último.
El desconocimiento de los mitos clásicos en el saber popular es uno de los motivos que nos lleva a querer dar a conocer su figura, que tiene vigencia en la actualidad, puesto que autores que pertenecen a una amplia y respetada tradición de literatura clásica como Calímaco, Pseudo-Apolodoro, Ovidio, Pausanias, Propercio o Higino, etc., le concedieron la inmortalidad introduciéndola en sus obras.
Uno de los episodios en los que se ve involucrada Atalanta es el del enfrentamiento con los centauros Hileo y Reco, quienes la atacaron con la intención de violarla. Pero nuestra heroína, debido a su destreza con el arco y las flechas, habilidad que recibió gracias al favor de Ártemis, se defendió y los hirió de muerte.
De esta forma reivindica su derecho de ser respetada, puesto que la heroína es un ejemplo de la fuerza interior que todo ser humano tiene innata, pero que en el caso de la figura femenina ha sido apagada o sometida por una sociedad en la que prevalece la figura del hombre, siendo la educación un instrumento que se utilizaba para mantener a la mujer en un rol de sumisión ante el varón anulando su conexión con dicha fuerza, una situación que se ha mantenido hasta la actualidad. Afortunadamente, hoy en día, la sociedad no es tan permisiva con la subyugación de la mujer y tenemos ejemplos que rompen esta tradición. Un ejemplo reciente es el Paro Internacional de Mujeres o Huelga Internacional Feminista del 8-M, convocada en 2018 por organizaciones feministas y aliadas de la lucha por los derechos de las mujeres en todo el mundo con el objeto de luchar contra la violencia machista, la desigualdad de género y las distintas formas de opresión contra las mujeres.
Es bueno recordar que en la sociedad griega de época clásica la mujer griega no tenía derechos jurídicos ni políticos y permanecía bajo la tutela de un hombre griego a lo largo de su vida: primero del padre, después del marido, del hijo en caso de viudez o de su pariente más próximo; y, por supuesto, no tenía voz en la elección de su esposo y debía ser una afable matrona, que obedeciera en todo a su marido. En cambio, Atalanta mostró una actitud impensable para estas mujeres, puesto que nuestra heroína se crió en los bosques de Arcadia, amamantada por una osa y posteriormente acogida por unos cazadores. Esto la caracterizó como una cazadora que vagaba por dichos lugares armada con su arco y sus flechas, enfrentándose a diversos peligros, un comportamiento más propio de los varones. Por ello, Atalanta no tenía cabida en la sociedad griega de época clásica y con ella nos encontramos una de las primeras apariciones de una mujer que lucha frente al abuso del poder masculino, lo que señala así la idoneidad de la heroína como icono feminista.
Además, nuestra heroína fue una transgresora de la sociedad en otros aspectos: participó en la cacería del jabalí de Calidón, otra tarea propia de varones; y para intentar escapar al matrimonio, retaba a sus pretendientes a competir en una carrera, en la que si eran alcanzados por ella, morirían. Para vencerla, Hipómenes pidió ayuda a Afrodita, quien le dio unas manzanas doradas, que este fue lanzando durante la carrera. Mientras Atalanta se agachaba a recogerlas, fue derrotada. Se casaron pero finalmente fueron convertidos en leones: ese fue el castigo por profanar un santuario al mantener relaciones en él, poseídos por un fuerte deseo que había suscitado una Afrodita deseosa de vengarse porque Hipómenes no le había agradecido la ayuda prestada, como nos cuenta Ovidio en su obra Metamorfosis. En efecto, Atalanta se atrevió a transgredir los valores de su sociedad, pero esta desobediencia se pagaba y por ello acabó siendo castigada. Y el temor a los castigos divinos hacía que las mujeres griegas de época clásica no se rebelaran.
Ana Esteban González